Ready Player One y nuestro futuro distópico
La ciencia ficción ha acuñado la palabra “metaverso” en Snow Crash y nos ha llevado a lo extremo de la simulation hypothesis con The Matrix; con Ready Player One explora el mundo virtual como refugio, como escape de la “realidad”. He leído el libro y te cuento qué me pareció. Spoiler alert: no es tan grave como me imaginé, pero sí me puso a pensar…
Ready Player One y nuestro futuro distópico
Ready Player One es una historia de amor.
Sus protagonistas se conocen y se enamoran en una realidad paralela donde pasan la mayoría de su tiempo: la década de los 80s.
Son expertos en videojuegos en baja definición, ven televisión vintage, juegan Dungeon & Dragons, escuchan Wham y reviven una y otra vez películas como WarGames o De Vuelta al Futuro. Y - cómo muchos ya sabrán - todo esto lo hacen en un mundo virtual llamado OASIS.
La historia se desarrolla en el año 2044. Unos treinta años después de la elección de Donald Trump (la referencia es mía) el mundo sufre por el alto precio de los combustibles, el calentamiento global y una profunda recesión. Por suerte existe el OASIS (Ontologically Anthropocentric Sensory Immersive Simulation), un juego en línea multijugador que en sus primeras décadas de vida se ha transformado en un metaverso hecho y derecho. Algo así como un Fortnite con 6 mil millones de jugadores, un Roblox adulto de alta fidelidad o un sueño mojado de Mark Zuckerberg.
El fundador y dueño del OASIS - de lejos el hombre más rico del mundo - muere y deja toda su fortuna a quien pueda resolver una serie de acertijos y pruebas en el juego. Con semejante zanahoria, medio planeta se dedica a buscarla; entre ellos nuestros protagonistas y un enjambre de malos desalmados.
Todos están equipados con gafas VR, guantes hápticos, trotadoras omnidireccionales y reproductores de olores - y viven plenamente con identidades, relaciones y propiedades que no guardan ninguna relación con las de la vida física.
Esta completa separación entre los dos mundos ha hecho de Ready Player One un referente del metaverso distópico; su hipótesis es que si pudiéramos ser completamente libres en un mundo paralelo, todos nos iríamos para allá olvidándonos de la “triste realidad”.
El protagonista es un adolescente inseguro (Wade, en la Tierra) y un guerrero poderoso (Parzival, en el OASIS) y es muy entretenido acompañarlo en su búsqueda del amor (y de paso del premio final).
Casi toda su realidad es proyectada en sus retinas por un rayo láser; sus sonidos le llegan por audífonos, sus impactos y caricias por el traje háptico. Gana plata en la simulación y allí se la gasta; allá viven sus amigos, profesores y vecinos. Y allá finalmente (spoiler alert) encuentra todo lo que necesita y sueña.
El mensaje final llega de la boca del holograma del finado fundador: “no cometas el mismo error mío, no te quedes en el OASIS para siempre”. Cómo lector, de inmediato pensé: “¡fácil decirlo!”.
En las 200 páginas anteriores cada vez que el pobre Wade/Parzival se aventura en el mundo físico corre peligros, pasa frío y hambre, es encarcelado y explotado, amenazado y perseguido. En el mundo virtual en cambio es un poderoso héroe, admirado y ultrarrico: ¿será realmente un buen consejo? ¿O es reality privilege duro y puro por parte de un ricachón del 1%?
Estamos a por lo menos 30 años de tener las tecnologías para darle vida a un entorno digital persistente, masivo y detallado como el que se describe Ready Player One.
Hoy nuestras experiencias digitales no son tan inmersivas y realistas, pero ya cumplen con la misma función de escape: siempre hay una serie para bingear o una red social para scrollear.
No hay que esperar un futuro lejano para enfrentar el problema: ¿qué podemos hacer ahora para que el impulso de huir del mundo físico no sea tan fuerte?
En América Latina somos altos consumidores de redes sociales: los cuatro países de la región incluidos en el estudio referencia de Hootsuite y WeAreSocial (Brasil, México, Colombia y Argentina) figuran en el top ten global de consumo por día, todos por encima de las 3 horas diarias. ¿Será porque somos más jóvenes y sociables o más bien porque nos resulta más fácil y placentero navegar en la burbuja de Instagram que enfrentar la realidad?
Para responder a esta pregunta no hay que esperar el metaverso.